jueves, 4 de noviembre de 2010

En memoria del Pulpo Paul

Escrito el día 8 de julio del 2010 después de la semifinal contra Alemania, en un foro de Historia Alternativa.

La Historia Alternativa es una manera de explorar aquello que pudo ser y no fue. Como, por ejemplo, qué hubiera pasado si la República hubiera ganado la Guerra Civil Española, o Hitler hubiera invadido Gran Bretaña -esto último es sumamente improbable, lo interesante es por qué-.

Uno de las discusiones trataba sobre cosas que son ciertas y auténticas de nuestra historia y presente, pero que parecen sacadas de una de estas Historias Alternativas. Y he aquí el artículo que escribí. El original era en inglés.

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España está en una final de los Mundiales.

Esto es, simplemente, imposible.

España es siempre el eterno aspirante que es eliminado en cuartos de los Mundiales. O de cualquier otra copa digna del nombre. No importa quien vaya, aunque haya dictaduras, boicots o guerras mundiales. Hay siempre momentos de brillo individual, mucho valor y generalmente ninguna disciplina de equipo. En casos extremos, ninguna disciplina, punto.

En cualquier línea temporal decente, los jugadores llevarían ya una semana en casa, la prensa deportiva española estaría llena de las horribles injusticias -reales e imaginarias- cometidas contra nuestro equipo: los partidos amañados, los árbitros ciegos; se pediría la cabeza del seleccionador nacional, de los jugadores y del Gobierno de turno. Siempre -tambien- del Gobierno.

No es lo que ocurrió anoche, y todavía no puedo entender por qué.

Murciélagos Africanos venidos del espacio. Tienen que ser ellos. Revoloteando y chillando en la noche en Durban, comiéndose las mariposas que causan los huracanes, el caos y la confusión.

Eris. Discordia. Como se la/lo quiera llamar -o no, si es esa su preferencia- parece haberse tomado unas cortas vacaciones.


Bien es eso, bien el decreto de nuestros maestros octópodos, cuyo embajador en tierra firme vive no en una ciudad bajo el mar, sino en una cuyo nombre no es precisamente impronunciable por la más torpe de las lenguas.


El fútbol es un juego en el que el contacto físico es moneda común. Veinte minutos pasaron sin siquiera una falta. En un juego en el que la media es de quince por cada medio tiempo, y donde ver el doble no es nada del otro mundo, esto sobrepasa lo increíble y pasa directamente al reino de los misterios de Iker Jiménez.

Aunque algo menos patente más tarde, ese extraño aire de juego limpio duró algo más de noventa minutos.

Sin malas palabras, con leves roces, sin acritud.

Ni una tarjeta amarilla. Nadie fue expulsado. Sin clamores ni gritos sobre si el árbitro necesita gafas nuevas o quizá bolsillos más grandes. Aun habiendo unas cuantas situaciones dudosas, con el beneficio de la retrospección y de la moviola, al final quedaban todas equilibradas entre si.

Y entonces sonó el silbato y Alemania estaba eliminada.

Ni siquiera entonces se oyeron las habituales excusas o las llamadas al uso del bálsamo de la tecnología, o la petición de una investigación sobre posibles influencias o conspiraciones en la sombra.

El seleccionador alemán simplemente alabó a su equipo y deseó lo mejor a los ganadores. Aunque esto no fue inesperado viniendo de él, el más estricto de los fans hubiera entendido y probablemente sonreido si hubiera hecho alguna chanza, alguna pequeña puya verbal.

No hizo ninguna. Sólo dijo: "Nos ha vencido el mejor equipo del mundo."

Vimos juego limpio. Vimos esfuerzo, habilidad, coraje.
Vimos ganadores con estilo y perdedores con mucho más estilo.

Vimos el Mejor Juego del Mundo.
Su nombre es Fútbol.
Y así es como se debe jugar.

Si, como piensan algunos conspiranoicos, esta es la mano de los invisibles Amos del Mundo -o al menos de los Amos del Mundial-, no voy a ser yo quien pida el análisis del agua potable en Durban. Si es con esto con lo que escogen contaminar nuestros preciosos fluidos corporales, en preparación para su conquista del mundo, que sean bienvenidos. Yo ya tengo preparados mis sobres de Tang y jalearé a esos bastardos mientras voy echando agua en la jarra con hielo.

Estoy escribiendo estas últimas líneas, con la garganta inflamada, antes de ir a dormir.

No puedo evitar pensar que cuando me levante mañana, estaré de vuelta en la realidad.

Donde las cosas son como uno espera que sean.

Donde el seleccionador nacional ha sido reemplazado otra vez. La Roja esta en casa con sus familias, disfrutando de unos cuantos días de relax.

Donde los periódicos españoles, sabiendo lo pasado y sin tener que rendir cuentas a nadie, se jactan contándonos cómo lo hubieran hecho mejor, cómo todo el mundo excepto ellos estaba equivocado y describiendo en detalle cómo España fue despojada de su justa corona por un mundo ingrato e hostil.

Donde, completamente ajeno a la conmoción exterior, en una pecera, dentro del Acuario de la Vida Marina de Oberhausen, la sibila octopoda de los Hados, el pulpo Paul, duerme contento tras un almuerzo de mejillones de una caja de plexiglás transparente con una bandera de rayas negra, roja y amarilla.

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Que lo pase bien, señor pulpo.

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